La radiación solar llega a los módulos fotovoltáicos, prod
uciendo una corriente eléctrica que puede consumirse directamente, almacenarse en baterías o adaptarse para ser incorporada a la red eléctrica.
Una de las principales virtudes de la tecnología fotovoltaica es su aspecto modular, pudiéndose construir desde enormes plantas fotovoltáicas hasta pequeños paneles para tejados.
Instalación aislada, sin acceso a la red eléctrica. Esta es muy útil en poblaciones donde es difícil realizar este tipo de conexiones. La electricidad generada se destina al autoconsumo. En este caso, es necesario instalar baterías al sistema para poder acumular esta energía generada y así poder consumirla.
Instalación conectada a la red. En este caso la corriente eléctrica generada por una instalación fotovoltaica puede ser vertida a la red eléctrica como si fuera una central de producción de energía eléctrica. El productor sigue comprando la energía eléctrica consumida y por separado venderá lo producido. Este tipo de instalaciones disponen de contadores para medir la energía producida y enviada a la red.
De este modo, la luz del sol se transforma en electricidad de una manera limpia y segura. Además, la vida de los sistemas fotovoltaicos garantiza un periodo de funcionamiento que se estima en unos 30 años, y su rendimiento después de 25 años de uso está por encima del 80%. También hay que tener en cuenta que los materiales utilizados en los paneles fotovoltaicos (silicio, cristal, aluminio, etc.) pueden ser reutilizados, ya que pueden reciclarse una vez que acabe su vida útil.
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